Archive for enero 29, 2009

SOMOS TURRÓN

Para los que me conocéis, sabréis que es muy difícil que coincidamos todos los de mi familia (padres y  hermano) bajo el  mismo techo durante más de unas horas. Por ello, cuando lo conseguimos, es un acontecimiento. Pues resulta que a finales de enero es como nuestra navidad, es cuando todos nos convertimos en turrón y volvemos a casa, ociosos y de vacaciones sin nada que hacer. Pero  lo importante no es el tiempo que pasamos en casa, sino cómo volvemos a casa. Es ahí donde se ven las preferencias. Los que no sois hijos únicos estaréis hartos de pelearos con vuestros padres porque al otro hijo lo miman más, ¿verdad? Y también estaréis hartos de escuchar la frase típica de: «Hija, os queremos a los dos por igual». Bueno, pues os voy a describir el CÓMO volvemos a casa para que saquéis vuestras propias conlusiones:

LLegada de Mária al pueblo: Mária se levanta a las 6 de la mañana para coger el tren en Atocha a las 8, tras haber pagado un total de 70 euros por su billete de ida y vuelta a «casa». Tras 6 horas de maldormir en un vagón compartido con una señora que contaba su vida  a voces a un desconocido, un caballero que hablaba a gritos por teléfono en un idioma indescifrable y una brigada de policía que pedía los papeles a todo aquél qie tenía cara de culpable de sabe Dios qué delito, llego a la estación. Allí, mi padre viene a recogerme (mi madre no puede, está trabajando) en un Suzuki Jimny que cabría sin problemas en mi cuarto de baño, que no puede superar los 100 Km/h y cuya radio tiene que estar a tope para que puedddas escuchar el leve susurro de la músico sobresaliendo del ruido infernal del motor. 110 Km después, llegamos al pueblo. Allí, decidimos que salimos a comer fuera (¡BIEN!), pero no porque Mária tenga unas ganas irrefrenables de comm er morcilla y magra, no, sino porque el frigorífico está vacío. Al día siguiente, aprovechando que estaré en casa sólo hasta el domingo, les pincho un poco para que me saquen a comer otra vez fuera. Pero mi gozo en un pozo. («Que te has creído tú eso, bonita. He encontrado unas patatas y unos huevos, así que te haces una tortilla de patatas y tirando. Y rapidito, que tenmos que ir a comprar para llenar el frigorífico, que mañana llega tu hermano»)

LLegada de José Ángel al pueblo: José Ángel se levanta a las 12 de la mañana para coger el avión que sale desde Barajas, después de haber pagado 0 euros por el billete (lo financia papá). Tras 50 minutos en un confortable vuelo de Iberia, llega al aeropuerto de Almería, donde le esperamos papá, mamá (que sí, tiene que trabajar, pero ha decidido saltarse el curro para venir a recibir al angelito) y una servidora, en el mercedes del padre. Y ya que estamos en Almería, fiesta a lo grande: vamos al cine. Los que estéis pensando que ir al cine no es   que sea una fiesta a lo grande, estáis equivocados. Lo es, para aquellos que viven en un sitio donde el cine más cercano se encuestra a 120 Km. de distancia. Al día siguiente, fiesta por todo lo alto, con invitados en casa, y todo. Almuerzo de chorizo y morcilla cocinados en la chimenea, esa que sólo se enciende en los acontecimientos importantes (se ha encendido sólo una vez desde que vivimos a vivir a este nuestro hogar, una especie de versión almeriense de Manderley; vamos, que viene la Presley con sus Ferrero y no la encendemos). Ese día, ajetreo en Manderley: «¡El niño viene hoy a casa! ¡Rápido Bautista! Prepara el ala oeste de la mansión. ¡Esta noche hay fiesta! Mataremos a nuestra mejor res.»

¡Soy la menor! ¡Reclamo mis derechos a la sobreprotección y al mimamiento excesivo! O, como mínimo, a que recuerden mi nombre. Escuchad esto. Estamos mi madre (María Teresa) y servidora (Mária) en la cocina. Mi hermano (Jose) todavía no había llegado, estaba en Madrid, y mi padre, en el salón, estaba viendo una película que se rodó en Tabernas y en al que salía gente de nuestro pueblo. Turbado por la emoción de ver a nuestros paisanos en la gran pantalla, comienza a llamarnos a gritos para que nos unamos a su jolgorio televisivo. Él grita: «María Teresa, JOSE, venid corriendo». Esto ya, roza la enfermedad.

Pero para que no creáis que es sólo mi padre, allá va otra de mi madre. En mi casa tienen la sana y estúpida costumbre de llamarme «cuca». Sí, es pijo, pero es lo que hay. Hasta tienen guardado en el móvil mi número de teléfono como «QK MVL», así de modernos son mis padres. Pues un día, estando la jefa en la cocina lidiando con las lentejas, se acerca una servidora hambrienta y dice: «Cuca tiene hambre». La jefa levanta la cabeza de las lentejas, aturdida por tanta concentración culinaria, en un plato que lleva cocinando de la misma manera una vez al mes en los últimos 30 años (cada vez que hace lentejas le salen 15 platos, contando que somos 4, comemos lentejas 4 veces a la semana, más o menos) y dice, con una expresión de extrañeza en sus ojos: «¿Quién es cuca?» Madre. 23 años llamándome así…

Por igual, ¿eh? Los hechos hablan por sí solos.

Por cierto, queda terminantemente prohibido que los padres que estén leyendo esto se pronuncien como tales: si quieren comentar, que sea en calidad de hermano marginado.

¡CALABECITAAAAAAAAAAA!